El Papa defiende a los
ateos con su estilo de predicación “simple, profunda y eficaz que hace brecha
en tantos fieles y también en quien no cree”, según afirma un vaticanista
italiano admirado con Francisco. Ayer Jorge Bergoglio, en su homilia cotidiana
de la misa en la Casa de Santa Marta en el Vaticano, donde se aloja, recordó:
“No sólo los creyentes se salvan”.
El pontífice argentino enfatiza continuamente
que “hacer el bien es un principio que une a toda la humanidad”. Y en ese marco
se ubica su alusión a los ateos y su llamado a erradicar la intolerancia.
Este enfoque está revolucionando a la misma
Iglesia, cuya tradición cultural histórica era de intolerancia hacia los que no
creen. Hace unos días, como informó Clarín, el Papa contó una anécdota familiar
también en la misa d
iaria de Santa Marta. “Recuerdo cuando era chico (en Buenos
Aires) lo que se sentía decir en las familias católicas. En la mía, por
ejemplo: ‘No, a casa de ellos no podemos ir porque no están casados por la
Iglesia, eh’. Era como una exclusión. No, no podías ir. O porque eran
socialistas o ateos no podíamos ir. Ahora, gracias a Dios no se dice aquello
¿no? No se dice”.
Lo que contó como experiencia personal
Bergoglio recordando su casa y familia en el barrio de Flores, se multiplicaba
en muchos lados. En Italia era y es igual y por eso las prédicas y el carisma
personal del Papa argentino tienen un impacto enorme. “Yo no creo, pero vine
porque quería verlo y escucharlo”, dijo un milanés a Clarín en la plaza de San
Pedro, mientras aplaudía a Francisco con su mujer y tres hijos. “El cristiano
que quiere llevar el Evangelio debe ir por este camino: escuchar a todos. Ahora
es un buen tiempo para la vida de la Iglesia. Antes había una defensa de la fe
con muros. Pero el Señor ha construído los puentes”, comentó Bergoglio.
En la misa del miércoles en Santa Marta,
Francisco recordó un pasaje del Evangelio de Marcos, cuando los discípulos se
quejaron a Jesús porque un grupo externo estaba haciendo el bien en su nombre.
“No se lo impidan”, respondió Jesús. “Dejen que hagan el bien”. El Papa dijo:
“Los discípulos eran un poco intolerantes, cerrados en la idea de ser dueños de
la verdad, en la creencia de que los que no tienen la verdad no pueden hacer el
bien. Y eso estaba mal. Jesús amplió el horizonte”.
Francisco adoctrina en nombre de la lucha
contra la intolerancia. “El Señor nos ha redimido a todos con la sangre de
Cristo. ¡A todos, no sólo a los católicos! ¡A todos!”.
“Pero padre ¿y los ateos?”, se preguntó. “A
estos también ¡A todos! Esta sangre de Cristo nos hace hijos de Dios de primera
clase, nos ha redimido a todos y todos tenemos que hacer el bien”.
Hacer el bien es la clave de las prédicas de
Francisco en las últimas dos semanas. “Si nosotros, cada uno por su parte, hace
el bien a los demás, nos encontraremos allá, haciendo el bien. Y así,
lentamente, realizamos esa cultura del encuentro ”, sostuvo. “Pero yo no creo,
padre, yo soy un ateo”, agregó enseguida para responderse: “No importa, haz el
bien, nos encontramos allá”.
A los obispos italianos, a
quienes recibió por primera vez el jueves, les dijo que la misión principal de
los pastores “es estar siempre cerca de las personas, del que sufre, del que
tiene necesidad de ser alentado”, no importa lo que piense. Les reiteró que
deben ser “pastores con olor a ovejas, no funcionarios, clérigos de estado”.
En su catequésis del miércoles en la plaza de
San Pedro, durante la audiencia general, el Papa argentino reiteró la
universalidad del deber de hacer el bien, que “nos debe reunir a todos, sobre
todo en el mundo actual”. Francisco afirmó que todos deben preguntarse: “ ¿Qué
quiero hacer con mi vida?
Saber si quiero hacer unidad en torno a mí o
dividir”. El nuevo Papa hace un ejercicio de apertura “en la lengua del
Evangelio, que es de comunión y nos invita a superar clausuras e indiferencia,
división y contraposiciones”. Cada uno debe ser un evangelizador, sobre todo
con la vida”, dedicándola a hacer el bien a todos, por encima de las diferencias.
Entre ellos a los ateos, que también son hijos de Dios, proclama Francisco.
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