lunes, 8 de diciembre de 2014

Mima y Sobí

Por: Juan Luciano Amadís

El reservorio de dominicanidad, de lo poco que queda acumulado, lo constituye el campo, porque en los núcleos poblacionales urbanos parece ser que los rasgos criollos, más que en orgullo se han convertido en vergüenza.

La cultura campesina dominicana es una gama de tradiciones hermosas, de costumbre sanas, acciones que invitan a la solidaridad, a la convivencia pacífica, en fin,  nuestros campos albergan lo que queda de identidad cultural netamente dominicana.
Los responsables en gran medida de que los rasgos culturales dominicanos sean todavía parte de nuestro patrimonio son nuestros mayores, quienes, contrario a lo que ahora acontece, sienten profundo orgullo de exhibir nuestra identidad cultural.

Y hablando de nuestros mayores, en el paraje El Tanque, anterior sección La Salvia (hoy Distrito Municipal la Salvia, Los Quemados y Blanco), vivieron dos seres humanos extraordinarios: Mima (Máxima Canela Plasencia) y Sobí (Miguel Ángel Rodríguez Delgadillo), quienes procrearon una familia maravillosa, compuesta en la actualidad por enfermeras (Carolina y Fidencia), chef (Paulino), maestra (Silvia), deportistas-pioneras del softbol de Bonao con el maestro Eliooth Rosario (Emelda y Silvia), ebanista (Juan), agricultor (Julián) y Julio Colón –nieto, hijo de Julián (apicultor).
Máxima Canela Plasencia y Miguel Ángel Rodríguez Delgadillo, a quienes en este artículo identificaremos como Mima y Sobí, constituyeron un verdadero receptáculo de las tradiciones propias del campo dominicano. Su casa era un lugar asiduo de visitas, no solo por el interés que despertaban sus hermosas hijas, sino también por lo agradable del trato de estos bondadosos ancianos: juguetones, risueños, afables en el trato y receptivos. Vivían siempre alegres.

Permítanme escribirles primero sobre Sobí, quien llegó al paraje El Tanque procedente de Boca de Juma, ya que su padre Miguel María Rodríguez hubo de vender forzosamente su predio a José Arismendi Trujillo Molina (Petán); con el dinero recibido en su calidad de hijo del vendedor, Sobí compró su finquita en La Salvia.

Durante toda su vida le vimos trabajar,  como si el trabajo fuera su única actividad. Era productor de arroz. Recuerdo muy bien cómo contrataba personas que amanecían apaleando el arroz cegado, iluminado el ambiente con mechones, hechos de botellas atiborradas de gas. Estas personas cenaban bien, ya que se dificultaba cocinarle en la noche. No recuerdo bien si también ingerían alguna bebida etílica. Sobí entonaba tonadas muy propias de las que se interpretan en el surco (muy parecida a la que citamos más abajo):

“Ay, mamá (aé)
óyeme mi negra (oé)
corazón bendito
óyeme, mi negra
corazón bendito
no le des disgusto
a tu papacito
no le des disgusto
a tu papacito

Eh,... oh...
ay, Lolita, oh...”

(Canto de hacha, Francisco Ulloa)

Está fijo en mi mente cuando Sobí, al caer la tarde, luciendo sus lentes oscuros, tomaba su acordeón y cantaba al compás del instrumento de origen alemán, merengues típicos, música vernácula, aquella que nos habla de la conquista amorosa, del surco recién abierto, de las fiestas,  en fin, el esposo de Mima, alegraba a los vecinos con su acordeón; tenía gracia al cantar y se apostaba frente al plegable instrumento sonoro con estilo: era un virtuoso de la música de tierra adentro.
Nos recuerda el señor Paulino Rodríguez Canela (Niño), el benjamín de la familia Rodríguez Canela, que la pieza favorita de Sobí cuando tomaba el acordeón era “María bonita”, original del compositor Mexicano Agustín Lara; la cual su padre interpretaba magistralmente. Otra habilidad de este proverbial hombre de campo que es oportuno señalar es una muy particular: acontece que cuando en la comunidad de El Tanque se presentaba un velorio, Sobí se encargaba de hacer los rezos y de fabricar la caja del difunto.

Miguel Ángel Rodríguez Delgadillo, quien partiera de este mundo un 8 de marzo del 1995, fue un estandarte de la cultura campesina, declamaba décimas, y era muy fiel a las tradiciones religiosas, tarea en la cual recibía el apoyo de Mima, quien siempre estaba preocupada por la pérdida de tradiciones como el canto a las flores de mayo.
Esto último me crea las condiciones expeditas para hablarles de un personaje excepcional, un ser humano que parece fue hecho para alegrar la vida de todo aquel que se le acercaba: Mima (Máxima Canela Plasencia), quien partió de este mundo a reunirse con su amado Sobí el 23 de enero del 2013.

Mima casi no se enojaba. No recuerdo haberla visto encolerizada, y mucho menos con nosotros los niños y adolescentes del entorno de esa época. Mima tenía siempre una sonrisa. A nosotros nos gustaba estar cerca de ella, nos hacía bromas de “todos los tipos y colores”, desde tirarnos agua fría, halarnos las orejas, llamarnos por motes creados por ella… Si intento hacer el inventario de las bromas de Doña Mima nunca tocaría el final, era la alegría personificada.

Las flores de Mima no es posible olvidarlas, porque nosotros, mi hermano Freddy y yo, éramos quienes oficialmente las mojábamos. Las había de todas las variedades: anturios, azucenas, orquídeas, rosas, hortensias, margaritas, lirios, cayenas, en fin, eran dos hermosos jardines a ambos lados de la casa, y como cerca de la misma pasaba una regola, tomábamos el agua de allí. Era menester tener mucho cuidado al dispensarle agua a las flores, pues Mima se mantenía vigilante. A veces al represar la regola, se desbordaba el agua por todo el patio, aquello era frecuente. El de Mima era el jardín más hermoso de esa comarca; ella se esmeraba al cuidarlo, le hacía canaletas internas para también hacer circular el agua cuando era necesario y oquedades dispensas por todo el jardín para almacenar agua y facilitar el baño de las flores. Bueno, nunca terminaría de hablarles de las flores de Mima. Aunque debo decirles que nuestro pago por aquel trabajo era limones dulces y naranjas valencianas. De estas últimas, para suerte de ella, solo había en su patio.
Mima será inolvidable. Recuerdo cuando se propuso como objetivo aprender a montar bicicleta. Dios mío! Aquello fue un espectáculo: Mima dando bandazos (describiendo una marcha zigzagueante). Creo que para aquella tarea eligió una bicicleta Rodeo o Chopper; no está vivo en mi mente si ella pudo terminar con éxitos esa proeza.

No puedo tocar el final de esta estampa sin antes rememorar una de las bromas más socorridas de Doña Mima. Acontece que en época de la cosecha de mangos, Mima le preparaba a quienes le visitaban un saco con mangos, pero en verdad, el saco estaba lleno de piedras con dos o tres mangos, y cuando el regalo era abierto por la persona al llegar a casa, entonces veía la sorpresa.
Mima era ferviente creyente católica, rezaba el rosario junto a Sobí, quien en esas lides tampoco se quedaba atrás; era muy ceremoniosa o formal con la práctica de su culto, y se mostraba reacia ante las transformaciones que experimentaban las actividades religiosas. Tenía una amplia colección de cantos religiosos que entonaba frecuentemente:

“El trece de mayo

El trece de mayo
la Virgen María
bajó de los cielos
a Cova de Iría.

Ave, Ave, Ave María
Ave, Ave, Ave María.

A tres pastorcitos
la madre de Dios
descubre el misterio
de su corazón.” 
Como era dueña de una personalidad vivaracha, desinhibida, alegre, franca, se tornaba muy conversadora y lo hacía con todos: niños, adolescentes, adultos. Un tanto diferente era Sobí, éste era parco, de ahí que sus caracteres lograron amoldarse perfectamente.

Mima era una declamadora repentista y tenía una colección inestimable de décimas, algunas de ellas forjadas para el momento y la ocasión.   

El recuerdo de esta pareja será eterno, imborrable, por eso cuando paso frente a su casa me asalta la nostalgia y me parece ver a Sobí frente a su acordeón haciendo más ameno el final de cada jornada  de trabajo, respondiendo el saludo afectuosamente, dispensando alguna expresión graciosa.    
Me parece oír a Mima, siempre dispuesta para la alegría, para compartir lo poco que tenía con quien tuviera la necesidad de consumirlo, activa en eso de jugarle una chanza a cualquiera. Parte de nuestra alegría se fue también con ellos.


 

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