
¿A dónde huyeron gentileza y decoro? Y la amabilidad y
deferencia ¿en qué gruta sombría han debido ocultarse? La hidalguía, la gracia,
el donaire ¿dónde hallaron refugio que ni siquiera huellas dejaron de su
abrupta escapatoria hacia quién sabe qué horizontes remotos? La galanura y el
encanto ¿acaso se arrastran por el polvo resignados a que los aplasten las
herradas botas del oprobioso menosprecio? Hasta donde alcanza a percibir el
autor de estas líneas, nada galante ni risueño se vislumbra por lo que
concierne a la conducta de la bellaca plebe… No piensa ella, embiste; no habla,
aúlla; no crea, desluce, empaña, contamina; no aspira al impoluto azul de las
alturas donde la nieve de las erguidas cumbres brinda al cóndor amparo, pues
sólo le complacen las emanaciones pestilentes de la sentina.
Esta es la era de la vulgaridad. El señorío y la corrección
brillan por su ausencia. El atildamiento, la galanía expresiones son que, acaso
para siempre, han desaparecido, trasnochadas y vetustas maneras con las que es
casi imposible topar por más que pongamos nuestro conato en dar con ellas. Tal
es la realidad. Redobla y se fortalece cuanto de putrefacto, sórdido y
degradado cabe imaginar. Y el alma, o lo que resta de ella, desfallece y marchita.
El desolador panorama que acabo de describir en términos -no
lo discutiré- nada mesurados, sería ingenuidad de a libra esperar se recupere o
mejore en un mañana más o menos lejano. Si algo podemos tener por cosa
averiguada es que el grueso de la hodierna población mundial perseverará en la
ruindad, la incivilidad y el impudor. Porque en los días que corren (y harto me
temo que en los que el porvenir nos reserva) sólo medran, sólo prevalecen los
temperamentos refractarios al ósculo de la belleza y al afinado compás de la
armonía. Lo abyecto, lo soez han acampado en el alma de cada un individuo y no
de manera transitoria, sino con la mira puesta en emplazarse y permanecer.
Ahora bien, si en modales de tan despreciable estofa está
incurso -con irrisorias excepciones- el conjunto de la sociedad, dificulto que
un quídam aparezca de súbito que en medio de semejante exaltación de la torpeza
tenga el tupé de reconvenirme por sostener, como en efecto declaro y ratifico,
que las penurias de la mala educación conciernen en medida considerable a las
más jóvenes generaciones, cuyos miembros no absorbieron sanas costumbres
domésticas por ser vástagos de hogares rotos y disfuncionales, que tampoco
recibieron adecuada educación cívica en centros escolares carentes de todo y,
en particular, de maestros lúcidos y abnegados, que sufrieron en medida nunca
antes experimentada el bombardeo obsesivo de la bazofia audiovisual mediática
que la sofisticada tecnología de la comunicación satelital moderna difunde por
toda la faz del globo. Y lo peor del caso -al menos para quien estos
desencajados renglones borrajea- es que hasta las muchachas en flor, las
adolescentes, las lindas y dicharacheras jóvenes de quienes es lícito suponer
un comportamiento tierno, suave, decoroso, afín a las seductoras proclividades
de su sexo y por demás ajeno a las formas atentatorias de la desatada
inverecundia, con regocijo digno de mejor causa, al igual que sus congéneres
masculinos, emplean modos y lenguaje de tan insalubre traza que antes creeríamos
que las que así se comportan no son espabiladas quinceañeras sino marineros
toscos que en taberna de muelle, entre tahúres y rameras, vomitan descompuestas
blasfemias.
Esta es la era de la vulgaridad. El arte, la poesía han sido
sus primeras víctimas. Hoy no se escucha música, que lo que machaca los oídos
no pasa de ser ruido acompasado; no se baila tampoco, sino que se impone la
acrobacia gimnástica o el movimiento obsceno que remeda las convulsiones de la
cópula; y por lo que atañe al cine y al teatro inútil sería empeñarnos en
rastrear producciones de hondura y estético linaje: sólo tropezaremos con obras
que oscilan entre lo trivial y lo ofensivo, entre lo mostrenco y lo escabroso.
¿Pintura? ¿Qué es eso?... En el mejor de los casos se embarran telas. Y por lo
que hace a la escultura, un montón de estiércol iluminado en medio de la
acogedora sala del museo sustituye con ventaja a la "Pieta" de Miguel
Ángel o a "El beso" de Rodin.
Esta es la era de la vulgaridad. Carece de prestigio la
elegancia. La distinción no tiene valedores. Lexpresión cortés y afable es
materia de escarnio. A la delicadeza se la reputa afeminada. La galanura es
primor anticuado que para la sensibilidad contemporánea ha perdido por entero
su atractivo. "Nobleza" es vocablo erradicado del orbe coloquial, que
sólo en el diccionario halla refugio. La gracia, la finura, el buen gusto han
hecho mutis por el foro… El escenario estaría vacío si no fuera porque el
cortejo de la ordinariez lo ocupa y desde allí pretende entretenernos con sus
muecas… Pero esas muecas no me divierten; les doy la espalda y con el enojo y
el asco a cuestas, contra viento y marea, prosigo mi camino.
dmaybar@yahoo.com
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