El
cementerio no es cosa impresionante,
es
crisol de verdad y desengaño,
donde
podemos llegar en un instante,
lo
mismo que en cien años.
Es luz de sombra en la petulancia humana,
que
pasa igual a todos, con igual marca,
es
océano donde fluyen en su tarea cotidiana,
todos
los tributarios: carruajes de la parca.
Suntuosa
es la bóveda del rico, es cierto,
como
triste es bajar hasta el hoyo de la caja,
el
uno como el otro, ya no son más que muertos,
ya
le ciñó la frente la frialdad de mortaja.
El
rico está en un nicho que se abre y se cierra,
el
designio del pobre de agradecimiento está pleno
porque
se duerme humilde en el seno,
de
su primitiva madre: en la tierra.
Son
vidas extinguidas, como el metal en herrumbre
la
omega del vivir, hecho en cuadro palmario,
que
la naturaleza perentoria convierte en podredumbre
y
luego el sepulturero traslada hasta el osario.
En
zigzag es la unión de los huesos del cráneo,
se
ve la dentadura, que en un tiempo fue dura,
entretejido
el cabello, conjunto que augura,
con
el hueso desnudo: un mundo subterráneo.
¡Cuánto
orgullo rodando!, ¡Cuánto, cuánto misterio!
El
fuego de la vida, ya lo ha bañado del hielo,
en
este campo blanco, que es el cementerio:
frontera
decisiva entre la tierra y el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario