ORVIETO,
Italia, 23 Ene 2014 (AFP) – La pequeña ciudad medieval italiana de Orvieto,
desde hace quince años emblema del movimiento Ciudad Slow (ciudad lenta),
promueve un concepto urbanístico basado en la vida sin prisa, lejos del ruido y
la contaminación, y rechaza ser considerado como una mera utopía. Ciudad Slow
está directamente inspirado en el movimiento ecogastronómico Slow Food, nacido
en Italia como respuesta a la proliferación de “fast food” o comida rápida de
las grandes trasnacionales, que supone una amenaza a las cocinas tradicionales
e impone una vida a contrarreloj. Usa como logo un caracol, para invitar a la
gente a tomar las cosas con calma. “Cuando todo a nuestro alrededor nos invita
a vivir a toda velocidad, el movimiento slow es una opción para aquellos que se
preguntan si realmente vale la pena vivir al ritmo del tic-tac del reloj en una
ciudad que nunca duerme”, proclama el movimiento.
Orvieto,
una joya de 21.000 almas, encaramada en un barranco entre las verdes colinas de
Umbría, en el centro de Italia, es la vitrina y la sede del movimiento fundado
en 1999. En medio de la neblina del invierno, el ritmo que predomina en el
casco histórico resulta tranquilo para el visitante, como en la mayoría de los
apacibles pueblos italianos. Pero si se observa mejor, las basuras están bien
administradas, el transporte público funciona y sobre todo los niños emplean el
“pedibus” para ir a la escuela, es decir caminan en grupo a horas fijas
siguiendo un recorrido previamente establecido.
Preservar
identidad, cultura y patrimonio
Para
estimular un desarrollo diferente que preserve identidad, cultura y patrimonio
se impulsa también la creación de huertos propios para una alimentación más
sana, autóctona y menos industrializada y se valora la vida social en los
mercados de barrio. A los turistas se les ruega dejar sus automóviles en un
aparcamiento fuera de las murallas y se les facilita el acceso con un ascensor
construido en la roca y una escalera mecánica montada sobre el antiguo
acueducto romano. “Es una ciudad a medida humana”, sostiene Luciano Sabottini,
un bombero que sube a la empinada punta de la roca en funicular. “Los medios de
transporte han mejorado, se presta más atención a la alimentación. La gente que
viene de grandes ciudades, como Roma y Milán, regresa descansada, tranquila”,
comenta.
Para
el alcalde Antonio Concina, administrar una ciudad “slow”, que respeta los
compromisos del manifiesto del movimiento, no es “nada difícil ni extraño”. “No
se trata de frenar el progreso”, puntualiza. Después de quince años, los
habitantes se han acostumbrado a respetar las reglas de la “ciudad lenta” que,
según recuerda, “no son obligatorias”. Para que una ciudad sea certificada con
el logo de Cittaslow debe tener menos de 50.000 habitantes, no ser una capital
y cumplir criterios como el de no usar semillas genéticamente modificadas en
sus comidas, reducir el ruido y la luz, cuidar los árboles, fomentar productos
locales y ser hospitalaria. Pijao, en Colombia, primer pueblo slow de América
Latina.
Unas
183 ciudades adhieren al movimiento en 28 países, entre ellos Italia,
Australia, España y Turquía. La primera ciudad de América Latina que va a
formar parte del movimiento será Pijao, en Colombia, que recibirá la
certificación a finales de este año. “Cittaslow significa para nosotros
combinar lo mejor del pasado con lo mejor de la modernidad, como por ejemplo
usar alta tecnología para ofrecer mejores servicios para todos”, sostiene Pier
Giorgio Oliveti, director del movimiento. “Es una forma de contracultura y por
eso podría ser entendido como una utopía, pero no lo es”, dice. La definición
de “bienestar” es compleja y cada ciudad tiene su propia receta, reconoce
Oliveti. “Hay que valorizar lo que uno es, lo que se tiene, evitar la
autodestrucción, pensar a las nuevas generaciones. Es una enseñanza universal y
un antídoto contra la globalización negativa”, asegura.
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