Eleuterio Brito, mejor conocido como Eduardo Brito (21 de
enero de 1906 - 5 de enero 1946) fue un cantante barítono de ópera y zarzuela
dominicano. Está considerado como el cantante nacional de la República Dominicana.
Nació el 21 de enero de 1906 en la sección Blanco de
Luperón, Puerto Plata. El 3 de noviembre de 1929, a los 24 años, se casó con la
cantante Rosa Elena Bobadilla. De ese matrimonio nacieron 2 hijos.
En la década de los años 30, Eduardo Brito se presentó en
todos los países del Gran Caribe Hispano y realizó en Nueva York históricas
grabaciones como "La mulatona" y "Lucía", esta última con
letra de Joaquín Balaguer. Por esos años, el compositor cubano Eliseo Grenet,
director de una compañía de zarzuelas quedó impresionado por el joven cantante
y le contrató para que integrara parte del elenco durante una gira por Europa.
También registró con su voz en el acetato la zarzuela "Los Gavilanes"
compuesta por Jacinto Guerrero.
En 1944, estando en Nueva York, comenzó a perder facultades
vocales y, al encontrarse en una mala situación económica, su hermana gestionó
su regreso a República Dominicana . En mayo de 1944, Brito regresa a Santo
Domingo donde muere en 1946.
En un lugar remoto, al nordeste de la isla de Santo Domingo,
cuando el siglo XX cumplió su primer lustro, nació Eleuterio Brito en cuna
humildísima. Uno de cuatro hijos que a tropezones crecieron bajo el peso de las
limitaciones económicas, alejados de los medios de trasmisión de la cultura
artística y literaria. No es hasta después de cumplidos los 10 años de edad que
Eleuterio, como consecuencia de la separacion de sus padres, va a vivir a
Puerto Plata.
Allí, unos años después, cuando ya ha descubierto el don de su
voz prodigiosa, escapa del lado de su madre y comienza a darse a conocer en
Santiago de los Caballeros como el limpiabotas que canta. Finalmente su voz le
lleva al encuentro de músicos con reconocido prestigio en la región y canta en
el Café Yaque, donde obtiene gran éxito. Cuando apenas había cumplido 17 años
de edad, la capital de la República lo acogió y, después de debutar en el Coney
Island, fue contratado para presentarse en el Hotel Fausto, la plaza más
codiciada entonces por los artistas del género; en el Trocadero y en el Café
Arriete.
Su andar por el país ya no se detuvo y, entre serenatas, fiestas y los
más diversos empleos, transcurrió su vida hasta que en 1924, con la canción
Amar, eso es todo, ganó el primer premio de un concurso que, en Santiago de los
Caballeros, patrocinó el jabón Candado. Ese producto, que por la fecha se
importaba desde Cuba, realizaba frecuentemente tales eventos, de manera
promocional. Salvador Sturla, prestigiosa y autorizada figura, reconoció
públicamente el talento de quien muy pronto dejaría de se Eleuterio para
inmortalizarse con el nombre de Eduardo Brito.
Para la educación musical del
cantante, resultó de gran importancia la amistad que surgió entre éste y el
maestro Julio Albreto Hernández quien tutelaba el Cuadro Artístico, un grupo en
el que se nuclearon importantes voces que con frecuencia se presentaban en
Santiago, San Pedro de Macorís y Santo Domingo. La gran crisis norteamericana
de 1929 no fue causa suficiente para impedir que Eduardo Brito, Rosa Elena
Bobadilla (con quien había contraído matrimonio un mes antes) y otros artistas,
partieran en diciembre de ese año rumbo a New York, donde se grabaría un gran
número de piezas de autores dominicanos. Brito y su esposa, cumplidos los
compromisos que les habían llevado a los Estados Unidos, decidieron no regresar
y cumplir con los nuevos contratos que les proponían. El gran salto, el
verdadero zenit de la carrera del barítono, llegó en los años posteriores.
En
1932 las cualidades del cantante impresionaron gratamente al compositor cubano
Eliseo Grenet, quien al frente de su compañía de zarzuelas, estaba de paso por
New York con rumbo a Europa; Grenet solicitó entonces a Brito sus servicios y
fue así que el público español le conoció, le aplaudió hasta el delirio y lo
adoró. Fueron estos los años de máximo esplendor en la carrera del gran
barítono, querido por el público que mejor sabía apreciar el dominio vocal de
Eduardo.
Durante esos cuatro años fue tanta la bonanza para el divo, que estuvo
en condiciones de crear su propia compañía. Y aquel avance sólo pudo ser
detenido por la apocalíptia conflagración mundial que tuvo como preludio a la
Guerra Civil Española. Después de un cuatrienio de divina claridad, la luz
comenzaba a declinar para Eduardo Brito y los años posteriores fueron
difíciles.
De España debió salir y, antes de regresar a su patria, en 1937,
recorrió algunos países de Europa y actuó en París, Praga, Roma, y otras muchas
ciudades. Pero el frenesí que causó su voz allende los mares parece que no se
escuchó en la tierra que le vio nacer y, cuando se le debió recibir como al
astro que en ese momento era, Brito se encontró con la parquedad hermética de
sus paisanos. Hasta 1944 estuvo girando con frecuencia a Puerto Rico, Cuba,
Colombia, Venezuela y Panamá. Su voz se fue perdiendo y su mente descontrolando.
Para esa fecha no había cumplido aún los cuarenta años de edad. La vida había
transcurrido muy velozmente para él; sus dones naturalez le habían hecho
trasponer estratos sociales y elevarse muy por encima de la educación que
recibió; su capacidad autodidacta lo hizo saltar por sobre su modesta formación
académica y su brillante imaginación le proveyó de gran fortuna en las tablas.
En la madrugada del 5 de enero de 1946 el singular barítono dejo de existir.
Había nacido el 21 de enero de 1905.
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