La valoración del
beso desde un punto de vista antropológico explica por qué el 90% de la
población mundial besa en los labios, excepto alrededor de un 10 % de la
población practica el beso esquimal, prefieren frotarse sus narices y olerse,
igual en algunas tribus de África y Malasia. Se considera que el beso común ha
evolucionado desde la prehistoria, por la alimentación boca a boca por las
madres gorilas a nuestros antecesores los primates. Tal vez era también una
especie de -calmante- cuando no disponían de más alimentos y se convirtió por
evolución en una expresión de máximo afecto.
Las ferohormonas son
mensajeros químicos silentes que las especies animales usan inconscientemente
para provocar indirectamente estimulación sexual. Este provocador sistema
erógeno en los humanos es muy controversial. Se acepta que entre las
ferohormonas que más se producen durante el beso, en el hombre está el
“androstenol”, que se presenta en el sudor masculino y excita a la mujer. En la
vagina de la mujer existen los “copulins”, que exacerban en el hombre los
niveles de testosterona y aumentan la libido.
Se ha demostrado que “el centro”
del beso en el humano está situado en la zona tegmental y núcleos caudados
derecho, situados en la profundidad cerebral. Son áreas cerebrales muy ricas en
oxitocina y dopamina, que se estimulan cuando hay gratificación y gran placer.
Son las mismas zonas cerebrales que se estimulan con la cocaína y otras drogas.
Los labios tienen la
capa de piel más fina del organismo, pero por lo contrario nuestros labios
están entre las áreas de mayor densidad poblacional de neuronas sensitivas por
milímetro, más que ninguna otra región del organismo.
Cuando besamos se inicia
una cascada muy compleja donde se estimulan mensajeros neuronales y sustancias
químicas para transmitir esas sensaciones táctiles, olfatorias, posturales,
sentimiento de cercanía, de estremecimiento, gratificaciones, y de excitación
sexual, que pueden llegar a la embriaguez. Cuando besamos, las neuronas
proyectan complicados mensajes al cerebro por las gratas reacciones que
generan.
De los 12 pares
craneanos que tenemos en la cabeza, cinco de ellos participan directamente al
besar, pues desde los labios y la lengua enviamos entonces mensajes a las áreas
sensorial y motora de nuestros cerebros donde valoramos corticalmente las
complejas informaciones de> sensibilidad, temperatura, sabor, humedad,
presión –labios acolchaditos- el olor y la actividad motora de los músculos
implicados en la placentera acción. En la corteza cerebral tenemos una gran
representación fisiológica de los labios en razón de su exuberante innervación
sensorial.
El trabajo científico más reciente sobre los besos, es de la
Universidad de Oxford, coordinado por Rafael Wlodarski, publicado en “Human
Nature” y “Archives of Sexual Behavior”-. Ahora sabemos por qué esa
gratificante y exquisita combinación de ensoñación, estremecimientos,
parpadeos, mieles, perfumadas especies, aromas, tibiezas, tierno roce y rubor
que produce el beso, puede originar verdadera adicción. Nadie puede besar sin
parpadear, hay besos que nos llevan a la gloria. ¡Qué maravilla!
José Silié Ruiz
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